REVISTA AMEREIAF
38 39 Es obvio que faltan recursos, pero lo que no se puede responder facilmente es ¿Y si se tuviesen? ¿Qué ocurriría? ¿Crear más sedes? En cambio, si la agenda de implementación se concentra en la organización académica, la óptica cambia porque el problema ya no es de recursos para crecer inercialmente, sino de desarrollo en el mediano y el largo plazos. Renovar la retórica de la institución, empapándose de discursos innovadores, la mayoría de ellos con apuestas decididas a las tecnologías de información y comunicación y sus variantes, que acentúan que el “cambio verdadero” está en las “tecnologías de conocimiento” (las competencias) o en las “tecnologías del aprendizaje” (las habilidades), son deslumbrantes si recién se han debido aprender, más por las disrupciones de la contingencia sanitaria, que una convicción arraigada. Lo cierto es que la institución ha postergado la imperante necesidad de hacer explícito su modelo de organización académica. Para ir al punto y a manera de ejemplo ¿se puede diseñar un plan de estudios por competencias mediante asignaturas que serán ganadas, en más de un 80%, por derechos de antigüedad, con el reciclaje de su planta y la infraestructura disponible? La respuesta resulta obvia, no. Si lo que prevalece es solamente el reciclaje, el perfil académico-profesional, quedará supeditado al estrecho margen de las asignaturas. El que se mencionen “competencias” en lugar de “objetivos” no hará una diferencia, debido a que el perfil académico-profesional resultante será barnizado de competencias pero soportado en un sinfín de asignaturas desarticuladas. La “departamentalización intermedia”, de la cual tuve oportunidad de hablar en un articulo sobre la modernización de la UAEM (Barona, 2006), me parece oportuno, debido a que es un aspecto que en su momento se encaminó a recuperar la coyuntura de los comités académicos de área, los cuales apuntaban a dar peso a una red de departamentos académicos sobre loscualesdescansara la reingeniería académica de la universidad, pero dicha coyuntura quedó a medio camino, no logró transcender a cambios sustantivos en la estructura y funcionamiento de la institución, ente otras razones porque no había condiciones para cambiar la ley orgánica. 3. El hito perfilado con el cambio de ley orgánica de la Universidad En la administración 2006-2012 (Dr. Fednando Bilbao Marcos) la UAEM tuvo una oportunidad de oro para emprender un cambio de raíz en la organización académica de la universidad. El proyecto para la modificación de la ley orgánica de 1967 contemplaba que en lugar de escuelas, facultades, centros e institutos, se adoptase el nombre genérico de “unidades académicas”. En las consultas realizadas previas a la aprobación del proyecto de nueva ley, las facultades enardecieron porque desaparecerían sus tradiciones de estudios. En la práctica esas tradiciones no eran muy claras. La Facultad de Comunicación Humana, por poner un caso, tiene raices recientes y, más que una tradición anclada en una disciplina o una profesión, su plan descansa en un “campo de estudios”, esto es, su propia constitución es emergente, por ello carecía de sentido apelar a una “tradición”, cuando su especificidad corrspondía a lo previsto en el proyecto de nueva ley orgánica: su carácter innovador (en este caso sería “emergente” por contraposiciómn a una carrera dominante). Lo mismo ocurrió con otras carreras ellas sí de una larga tradición profesional (Ingeniería, y Derecho). El proyecto de ley orgánica, se argumentó, generaría confusión en los perfiles de las carreras. Si Medicina (el ejemplo aquí no es directo sino genérico), se hacía depender de una “unidad académica” en lugar de una Facultad, no era lo mismo, la nueva ley demeritaría al perfil profesional y los egresados estarían en desventaja. Pero ¿Frenteaquién?Elentornodeinstituciones que ofrecen carreras en la entidad (cabe recordar que el radio de influencia de la UAEM es estatal en un 80%), ninguna institución pública o particular en Morelos (con la información a la mano en 2008), se organizaba en facultades. La oposición a convertirse en “centros de estudios” dejó al descubierto las jerarquías subyacentes entre unidades académicas, en cuanto al prestigio de la profesión, aspecto que por cierto no se adquiere por añejamiento, sino por el perfeccionamiento o por diferenciación académica (tal es el caso del posgrado y en particular de los estudios doctorales). Estos argumentos si biensonlegítimos,nofuerondeterminantes en la implementación de lo previsto en la ley orgánica y el estatuto universitarios, lo determinante fue que las facultades mantuvieran sus denominaciones, como sucede hasta hoy.
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