REVISTA AMEREIAF No. 4

14 atractivos, aunque precarios o no bien remunerados, que la perspectiva de varios años de formación con inciertas perspectivas de futuro. Que la abrumadora mayoría de los jóvenes que accedían a la educación superior optara mayoritariamente por programas que no respondían a las necesidades de los mercados laborales tampoco ayudaba. Así se explicaba, por lo menos en parte, la paradoja de que habiendo crecido el número de graduados de educación secundaria, no aumentara igualmente la demanda de educación superior: sencillamente, un número creciente de jóvenes optaba por no iniciar estudios de educación superior o dejarlos postergados temporalmente -se trata de un fenómeno bien documentado en Estados Unidos pero también más recientemente en Colombia. Si de algo podemos estar seguros es que la pandemia no vino a resolver ninguno de estos tres retos y que generó algunos de nuevos para la financiación de la educación superior tanto desde la perspectiva de la demanda como de la oferta. Del mismo modo que es difícil realizar afirmaciones válidas para el conjunto de los países de la región, que distan mucho de ser homogéneos en este ámbito, tampoco es fácil referirse a la educación superior, o a sus estudiantes, sin segmentarlos porque el comportamiento, por ejemplo, de las instituciones públicas en este nuevo contexto no es necesariamente el mismo que el de las privadas, con su enorme variedad; del mismo modo, lo que se puede predicar de los estudiantes de posgrado en la pospandemia no es necesariamente válido para los de pregrado. Veámoslo con detalle. Empecemos por los estudiantes. Todo apunta a que durante la pandemia se perdieron efectivos por múltiples razones: desde la desconexión tecnológica hasta la urgencia financiera, sin olvidar las problemáticas socio-emocionales derivadas del aislamiento y de unas propuestas pedagógicas que, con la urgencia, no pretendían otra cosa que garantizar la continuidad. La pregunta es si estas pérdidas se añadirán a las que ya se daban, con la consiguiente reducción de ingresos por aranceles. La paradoja que hemos aprendido de anteriores crisis económicas es que la educación, en contextos de mercados laborales en dificultades, se convierte en un refugio para aquellos jóvenes que pueden apartarse, total o parcialmente, del mercado laboral, durante un cierto tiempo. A la luz de lo que sabemos de otras crisis, las cifras de aumento de esta demanda de refugio pueden compensar perfectamente las pérdidas de aquellos que no pueden continuar sufragándose la educación superior, incluso superarlas. Pero, inevitablemente, hay una derivada en términos de equidad que no debería ser negligida: sin mejores mecanismos de apoyo financiero a los estudiantes, buena parte de los vulnerables no volverán a las aulas.

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